miércoles, 30 de mayo de 2012

Fragmentos/2











Hábitos que se le presentan como algo natural en vano intentarán alejarlo de su búsqueda. Siempre lleva consigo unos versos de Machado en la voz de su padre, médico del pueblo que lo vió nacer, hombre versado en literatura que con los años fué perdiendo su fama de tipo serio, atento y sensato.
Hoy a sus treinta y dos años no es el mismo, quizá en otro momento de su vida la soledad y esa tímida esperanza, esa esperanza que nace de los miedos, lo hubiesen llevado a un callejón sin salida. Pudo evitar el callejón, pudo evitar los remordimientos, por lo tanto no tuvo la necesidad de arrancarse los ojos.
Entiende perfectamente que a los ojos de Milena no es más que un par de imágenes fugaces que se pierden en un juego de proyecciones con otras imágenes no tan fugaces, vericuetos de un mundo ilusorio. Un mundo compuesto por millones de pequeñas habitaciones creadas por dioses que no gozan de omnipresencia ni de omnipotencia, por eso en su desvelo insisten tercamente en deificar mortales. No se da por vencido. Describe los vericuetos, éstos ya no existen////

En otro lugar del mundo, dos hombres pelean por una mujer. Ella agita un abanico inexistente, el espectáculo le sirve como espejo. A un par de metros de la improvisada arena, un caballero ajeno a la contienda levanta la voz para romper el cristal: “¡lo único no es fruto de porfía alguna, amada mía, lo único se da sólo dentro de un lenguaje, lenguaje que carece de primera persona, el más puro de los lenguajes!”. La mujer no entiende que quiso decirle; el espejo, intacto///

lunes, 21 de mayo de 2012

Un riel (carpe diem)







Ella espera algo, un imposible,          
Trenes que lleguen a su pueblo
Donde no hay riel alguno.
Si una mirada lo dice todo:
¿Por qué abusar de las palabras,
Que a veces marchitan el instante,
Que a veces levantan un muro?

Su mano agita un abanico
Inexistente. Imagen
Que muere por ser carne,
Presa en castillos de arena.

Uno de los tantos amores
Que no se dieron/
Una de las tantas máscaras
Que no cedieron.  

martes, 15 de mayo de 2012

Los tiempos, el tiempo




“Corredores que no tienen fin porque los multiplicó con la imaginación alguien que jamás los recorrió. No supo ser feliz. Es el mismo que inventó el tiempo y el espacio, para luego llegar a la idea del yo” (Roberto)


Un hombre tararea un tango sentado con las piernas cruzadas, en un fondín de caras largas. Recuerda con una sonrisa las interminables noches, el billar y las llaves de aquel bulín que siempre llegaban a sus manos con una advertencia.  Nadie lo mira, todos están pendientes de la vorágine que lustra el empedrado de la avenida Brasil. Charlan poco, cada vez menos.
Pasa Milena por la vereda y las profecías, esos anhelos de ver sus pasos en calles que ya no son las mismas, se dejan a un lado. Llega el silencio, y el arrabal vuelve a ser la calma, el juego de miradas, la pasión envuelta en poesía y una terca pero necesaria esperanza de amor.
Roberto mira sus cartas, y con un gesto de disgusto levanta la vista. Sabe que todo volverá,  todo ese ayer en cuestión de segundos. Sabe que la risa dejará atrás el bandoneón que no pudo tener, el traje a medida, el sombrero y el beso de esa mujer que con paso firme iluminaba la barriada.
Nadie sospecha, ni siquiera el mismo Roberto, que el azar (que siempre implica otro azar) se mueve de manera torpe pero precisa, como el caballo de marfil.