Hábitos que se le presentan como algo natural en vano
intentarán alejarlo de su búsqueda. Siempre lleva consigo unos versos de
Machado en la voz de su padre, médico del pueblo que lo vió nacer, hombre
versado en literatura que con los años fué perdiendo su fama de tipo serio,
atento y sensato.
Hoy a sus treinta y dos años no es el mismo, quizá en otro
momento de su vida la soledad y esa tímida esperanza, esa esperanza que nace de
los miedos, lo hubiesen llevado a un callejón sin salida. Pudo evitar el callejón,
pudo evitar los remordimientos, por lo tanto no tuvo la necesidad de arrancarse
los ojos.
Entiende perfectamente que a los ojos de Milena no es más que
un par de imágenes fugaces que se pierden en un juego de proyecciones con otras
imágenes no tan fugaces, vericuetos de un mundo ilusorio. Un mundo compuesto
por millones de pequeñas habitaciones creadas por dioses que no gozan de omnipresencia
ni de omnipotencia, por eso en su desvelo insisten tercamente en deificar
mortales. No se da por vencido. Describe los vericuetos, éstos ya no existen////
En otro lugar del mundo, dos hombres pelean por una mujer. Ella
agita un abanico inexistente, el espectáculo le sirve como espejo. A un par de
metros de la improvisada arena, un caballero ajeno a la contienda levanta la
voz para romper el cristal: “¡lo único no es fruto de porfía alguna, amada mía,
lo único se da sólo dentro de un lenguaje, lenguaje que carece de primera
persona, el más puro de los lenguajes!”. La mujer no entiende que quiso decirle; el espejo, intacto///
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