Historiadores y literatos reconocidos de la época, junto con un grupo de religiosos, crearon un personaje. En realidad dotaron de enormes cualidades a un soldado, o a un mercenario… no sabemos a ciencia cierta bien lo que era.
Para ello se sirvieron de algunas obras literarias, también de datos históricos por supuesto, pero sobre todo de un anciano, Don Manuel.
Le fue encargada a un escultor una estatua del prócer, estatua que después ocuparía un lugar central en la plaza del pueblo.
Los historiadores omitieron datos que ponían al descubierto algunas cuestiones que opacarían su honor. Por ejemplo, el lugar donde vivió un largo tiempo, donde aprendió algunas tácticas, paso a ser una corta visita a un amigo.
Al hijo del escultor le gustaba jugar en el lugar de trabajo de su padre. Se lo permitía, aunque siempre le advertía que se mantuviera alejado de sus trabajos, que no tacara las obras.
Ocurrió en una mañana de invierno, el niño suponía que su padre dormía. Mariano, así se llamaba el niño, salió a recorrer la casa (el mar) con la espada de madera, obsequio de su madre, embarcado en su galeón imaginario, y con una bandera que tenia dibujada con crayón una calavera.
Ya había saqueado varios rincones. El mar era la tierra y la tierra era la casa para el niño. De pronto una tempestad castigó la nave (se abrió a causa de un fuerte viento la puerta del taller); reconoció en ese mismo instante la figura de su padre, parado en medio de la habitación, mirándolo fijamente.
Avergonzado por el desorden que había causado, corrió hacia él y lo abrazo. Lo sintió frió y distante.
Lo sintió helado.
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