domingo, 7 de julio de 2013

A Florencia

  







La ciudad se ha vuelto un páramo, nadie espera nada y yo te amo. La ciudad te devuelve al centro de su arquitectura gris y sin formas. Los espejos que se ablandan al terminar el día son apedreados, la maldita costumbre pueblerina de hacer olas en los estanques. Florencia se mira en esos espejos que deforman, después se encuentra en la risa de una amiga; trato de explicarle que mi fortuna se devalúa cuando los espejos trabajan el día, cuando ella no ríe.
Muy a pesar de ciertas personas que la habitan, la ciudad nunca ha gritado. La ciudad se pierde en lenguas que no conoce. La ciudad se pierde en treguas que no son tales, hasta que un niño indefenso llora a sus padres, resignadamente muertos, hasta que el beso de los vecinos es un beso.

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