La ciudad se
ha vuelto un páramo, nadie espera nada y yo te amo. La ciudad te devuelve al centro
de su arquitectura gris y sin formas. Los espejos que se ablandan al terminar
el día son apedreados, la maldita costumbre pueblerina de hacer olas en los
estanques. Florencia se mira en esos espejos que deforman, después se encuentra
en la risa de una amiga; trato de explicarle que mi fortuna se devalúa cuando
los espejos trabajan el día, cuando ella no ríe.
Muy a pesar
de ciertas personas que la habitan, la ciudad nunca ha gritado. La ciudad se
pierde en lenguas que no conoce. La ciudad se pierde en treguas que no son
tales, hasta que un niño indefenso llora a sus padres, resignadamente muertos, hasta
que el beso de los vecinos es un beso.
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